jueves, 28 de mayo de 2009

María Jesús, la enfermera de la farmacia

Se llama Mª Jesús, rondará cerca de los cuarenta, y trabaja de diez de la mañana a tres y media de la tarde. Mª Jesús siempre sonríe al recibirte. Te observa con mirada angelical y te habla con un tono dulce y maternal; una voz aterciopelada que hace que te sientas como en casa.

Quizás hubiese soñado con ser médico o incluso tenga vocación de psicóloga. Por el modo en el que te trata estoy seguro de que su trabajo le satisface, que con su labor se siente una mujer útil y realizada, que verdaderamente se interesa por las personas que atiende a diario.

Posiblemente Mª Jesús reciba una media de entre veinte a treinta visitas cada día; personas a la que escucha y comprende. Algunos como yo, con los que empatiza, e incluso aconseja emocional y psicológicamente, siempre con un profundo respeto y desde el cariño que siente por su vocación profesional.

La primera vez que se me presentó posiblemente pudo imaginarme como uno de sus hijos, sin embargo no tuve la impresión de causar en ella el mínimo sentimiento de pena o compasión, cosa que le agradezco.

Me explicó paciente y detalladamente el desarrollo y la evolución del virus a través de un gráfico. Mientras yo la miraba con ojos de asustado en la que era mi primera visita, ella se atusaba delicadamente su melena rubia y se la recogía colocándosela hacia un de los lados de su cuello. Posiblemente así se sentía más cómoda; su pelo no le estorbaba para seguir con su explicación.

He de reconocer que esa primera vez Mª Jesús me cautivó, a pesar de que la juzgué de entrometida cuando me preguntó si le había contado mi reciente diagnóstico a algún miembro de mi familia. Fue inevitable pensar que quien se creía esta mujer para hacerme esa pregunta. Hoy hasta casi se lo agradezco, porque a pesar de que en aquel momento era una auténtica desconocida me hizo reflexionar sobre lo importante que es poder compartir esta enfermedad con tus familiares más allegados.

Hoy la volví a ver, y Mª Jesús, como siempre, me recibió de nuevo con su sonrisa de siempre, su bata blanca, su mirada tierna, y su gesto cálido y maternal. Mª Jesús no es médico, ni tampoco psicóloga. Mª Jesús es la enfermera de la farmacia del hospital, a la que visito cada pocos meses para que me dispense la medicación.

Gracias a su actitud, Mª Jesús consigue convertir en un placer lo que podría resultar una situación incómoda y desagradable. Al recibirme siempre me dirige un “¿Cómo estás?”, mostrando un interés real y esperando una respuesta en silencio mientras te mira fijamente a los ojos. A veces pienso que hasta puede parecer más interesada en la respuesta que cualquier conocido con el que me cruzo por la calle.

Su naturalidad innata hace que al recoger la medicación me sienta como quien va a un puesto del mercado a comprar medio kilo de naranjas. Ella siempre me despide con un hasta luego seguido de mi nombre, seguramente porque lo ha visto en el historial y ha tenido el detalle de retenerlo en su memoria por un instante para poder pronunciarlo cuando me fuese.

Reconozco que a pesar de todo, me hubiese gustado no tener que haberla conocido nunca, o al menos no en su despacho de la tercera planta del hospital. Estoy convencido que le encantaría leer estos párrafos, porque Mª Jesús es ante todo una mujer sensible y cariñosa, a la que a uno le gustaría regalarle una pastilla de turrón por Navidad.

Conservo la esperanza de que al menos reciba por mis gestos y la actitud cercana que muestro en mis breves encuentros, la gratitud y el afecto que siento hacia Mª Jesús, la enfermera de la farmacia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que considero muy importante este tipo de gestos hacia personas que lo pasamos mal. Es muy importante. Enhorabuena

Anónimo dijo...

es una bonita historia. animo! :)

Anónimo dijo...

Estoy convencido que a M. Jesùs le haria mucha ilusion leer estas palabras tan bonitas. Ella es un angelito que ha cruzato tu vida cuando mas lo necesitabas. Hay que agradecer que hayan personas como ella.
Ti amo
A.