martes, 23 de noviembre de 2010

Jack Mackenroth: Un rebelde con causa

Una de las preocupaciones que más se repiten en los e-mails que recibo con cierta frecuencia es la que se refiere a los efectos físicos que el VIH o el tratamiento antirretroviral puede causar en los pacientes seropositivos. No me sorprende, puesto que yo mismo, y aunque pueda sonar frívolo, contemplé la posibilidad de que la infección pudiese reflejarse en mi físico y si como consecuencia de ella sufriría alguna alteración en mi cuerpo, algún signo que frente al espejo me hiciese sentir diferente o me recordara en cada reflejo la presencia perpetua del VIH.

Sentía pánico con sólo pensar en esa idea, llegando a preocuparme incluso más que la propia enfermedad. No me importaban tanto los años que me quedaran por vivir, sino la calidad de los años vividos. ¡Qué ironía! El propio James Dean pronunció aquella famosa frase en la que tantas veces he pensado “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. Y casi como si de una premonición se tratase el Rebelde sin Causa del cine se convertiría en mito al perder su vida en la carretera con 24 años de edad.

Cuando recibo por e-mail alguna consulta de este tipo, y puesto que ni soy médico ni psicólogo, ni pretendo serlo, siempre respondo desde lo que conozco mejor que nadie; mi propia historia y de lo que yo he vivido en primera persona. Afortunadamente, después de 2 años desde el diagnóstico, y también casi 2 de tratamiento, no he experimentado ningún cambio físico en mi cuerpo. Paradójicamente, y quizás porque posiblemente hasta me cuido más que antes, me siento mejor que nunca.

Y no es que me compare ni mucho menos con el protagonista de la historia que hoy os presento, pero siempre es un placer descubrir personas con una fortaleza titánica como la de Jack Mackenroth, que no sólo puede presumir de tener un físico escultural envidiable, sino también de ser modelo, diseñador, campeón de natación, presentador de televisión y un luchador en campañas educativas sobre el VIH/SIDA. Jack ha trabajado como diseñador para firmas tan importantes como Tommy Hilfiger. Ha participado como nadador en el equipo Usa en cuatro de los Juegos “Gay Games”. Ha obtenido 8 medallas en natación en los Outgames de Copenhague y una medalla de oro, cinco de plata y una de bronce en los últimos “Gay Games” celebrados en Colonia, Alemania.

Jack Mackenroth fue diagnosticado de VIH en 1990 convirtiéndose en uno de las primeras caras visibles del VIH en la era mediática. Cree que ser visible públicamente educa y eventualmente puede contribuir a salvar vidas. Cada año, su equipo de natación organiza un acto benéfico cuya recaudación supera los 25000$ que son destinados a actos de caridad para la lucha contra el SIDA.

Y ahora, aquellos que viven más cómodos en su victimismo podrán decir que la historia de Jack es una farsa, que es un personaje creado para el marketing, que no es seropositivo, o que sus circunstancias han sido fruto de la suerte; cualquier argumento es bueno con tal de vivir alojados en la autocompasión. Pero para mí, Jack, es el ejemplo de un hombre que no ha necesitado vivir rápido ni morir joven para seguir siendo bello, un rebelde de nuestro tiempo, sin nominación al Óscar, pero con una gran causa.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Cambio de sexo

Tenía pensado volver a este “diario” con motivo del segundo aniversario de mi diagnóstico. Sí, el pasado sábado 6 de noviembre se cumplían dos años desde que ese visitante inoportuno se subió al vagón de mi tren para emprender este viaje conmigo.

Tenía previsto hacer un balance de lo que han sido estos dos años; de los momentos buenos y los menos buenos, de las risas, las lágrimas, de la fuerza y la debilidad, del valor y del miedo que me han acompañado en esta nueva aventura, pero releyendo viejos posts, y lejos de caer en el error de repetirme – porque sé que lo que se dice en exceso deja de tener verdadero sentido- he decidido darle un toque de ironía y humor a este blog y compartir con vosotros una divertida anécdota que me sucedió a principios de esta semana.

Quizás para los que llegáis hasta aquí por primera vez os pueda parecer una frivolidad lo que voy a contar a continuación, pero afortunadamente, el paso del tiempo le devuelven a uno la capacidad para saber recurrir a la ironía en ciertas cuestiones delicadas como lo es esta, sin restar un ápice de seriedad, respeto y sensibilidad al tema que por una razón u otra a todos nos preocupa. Dicho sea de paso, espero que sirva para alejar esa parte mía algo “cursi” o “sensiblera”, que con razón, algunos habéis comentado.

Acudía a principios de esta semana a mi cita concertada previamente para la renovación de mí DNI y pasaporte (para los que me seguís desde Latinoamérica, lo que vosotros llamáis “Cédula de Identidad). Esperaba prestando mi atención a la pantalla que en la sala de espera indica los turnos, al mismo tiempo que un carrusel de fotografías de los terroristas más buscados por la policía pasaba ante mis ojos. Llegado mi turno me levanto para dirigirme a la mesa asignada. Una vez allí, amablemente la funcionaria me pide la documentación necesaria para el trámite y proceder a la renovación.

- ¿Hay algún cambio en los datos?, me pregunta.
- Sí, es necesario cambiar la dirección anterior por la actual, pero nada más. Le contesto.

Y mientras la administrativa comienza a gestionar la renovación, reviso detalladamente en la pantalla del ordenador los datos de mi documentación, cuando sorprendido, un error me llama especialmente la atención:

- ¿En el sexo pone “Femenino”?, le pregunto.
- Sí, me responde ella, y añade: ¿Es un error?
- Sí, le respondo, casi como si con la mirada tuviese que convencerla de que aunque sea gay, y a veces pueda soltar alguna pluma, ¡soy un hombre!

Mientras intento asimilarlo me veo rodeado por un equipo de 4 funcionarias sorprendidas que me dicen que si así figura el sexo en mi documentación, es porque siempre ha estado así, por lo que hay que solicitar una corrección, según ellas, ya “obvia”, para que desde Madrid realicen el cambio. Por supuesto, será necesario que en los próximos días vuelva a las oficinas para proceder con el trámite del “cambio de sexo”.

Sí, con los 30 años a la vuelta de la esquina, y convencido, y hasta podría decir que orgulloso de ser un hombre, debo solicitar al gobierno central un cambio de sexo en mi documentación.

Desconcertado, - uno se siente “desorientado” cuando descubre que su sexo “oficial”, el que figura en su documentación, no es el que naturalmente le corresponde -, me despido de ellas agradeciéndoles la gestión y con la intención de volver en unos días para resolver los trámites.

Hace dos años una fría llamada de teléfono me confirmaba el positivo en unos análisis, dos años después, una funcionaria me sorprendía con la noticia de que para el gobierno español y para toda la administración pública mi sexo es otro diferente al que me corresponde. ¿Alguien da más?