domingo, 27 de marzo de 2011

Elizabeth Taylor: Solidaria hasta el final

El pasado miércoles los ojos color violeta de Hollywood se cerraban para siempre. El corazón del mito de la industria del séptimo arte dejaba de latir y Elizabeth Taylor nos decía adiós para siempre.

Desde entonces mucho se ha hablado de su intensa vida sentimental y de su magistral talento interpretativo más que demostrado en títulos consagrados como grandes obras maestras del cine clásico. Pero además de un icono de la belleza, el glamour y el talento, la “Cleopatra” de Hollywood fue una activista en la lucha contra el SIDA y durante toda su vida mantuvo fiel su compromiso hacia esta causa.

En octubre de 1985 Rock Hudson, íntimo amigo de la actriz, fallecía justo dos meses después de haber anunciado al mundo que padecía SIDA, una enfermedad todavía desconocida en la época. “No estoy feliz por tener sida, pero si esto puede ayudar a otros, al menos puedo saber que mi propia desgracia tiene un valor positivo”, fue el último mensaje público emitido por el mítico galán de Hollywood.

Muy hondo caló en Elizabeth Taylor la declaración de su confidente, y tras superar el duro impacto que para la dama de Hollywood supuso la pérdida de su compañero en “Gigante”, comenzó su política activista antisida que mantendría a lo largo de toda su vida recaudando fondos para fomentar la investigación y promoviendo la tolerancia social hacia los enfermos: ayudó a crear una fundación para luchar contra la enfermedad (American Foundation for AIDS Research), poco después abriría su propia Fundación “The Elisabeth Taylor Aids Foundation”. Además, la actriz participó activamente en foros internacionales, e incluso intervino ante las Naciones Unidas, en su sede de Nueva York para pedir a los gobernantes una mayor implicación a la erradicación de la enfermedad.

En 1992 Elizabeth Taylor recibió el premio Príncipe de Asturias de la Concordia por su lucha contra el SIDA. Estas fueron las palabras con las que cerraba su discurso de agradecimiento: “Les ruego que me ayuden, pero, por favor, ayúdenme ahora. Ayúdenme a cambiar el mundo. Ayúdenme a proteger a los enfermos y salvaguardar a los sanos. Ayúdenme a acelerar la investigación y la educación en todos los países. Pido que cada uno encuentre en sí mismo la capacidad de decir: "sí, haremos todo lo necesario". Juntos caminaremos más deprisa que solos. Iniciemos este camino, ustedes y yo, aquí y ahora.”

En este causa, “La Gata sobre el tejado de Zinc” no estuvo sola, su gran amigo Michael Jackson, le acompañó en su compromiso y ambos compartieron su lucha contra la enfermedad. En el año 2000 el Rey del Pop entraba en el libro Guiness de los Records por ser el que mayores contribuciones hizo a causas solidarias.

¿Se puede ser solidario incluso después de muerto? Sí, y como muestra de ello, esta semana la familia de Elizabeth Taylor ha pedido que en lugar de comprar flores, quienes quieran honrar a la actriz hagan donativos a la fundación contra el sida creada por ella misma.

Dicen que los mitos nunca mueren; nos dejan su música o sus interpretaciones como legado. Como herencia su talento como artistas; un placer exquisito al alcance de todos aquellos que lo apreciamos y lo disfrutamos con los cinco sentidos. Una estrella menos brilla en Hollywood pero una más lo hace en el cielo.

Gracias Elizabeth, no sólo por tu talento interpretativo o por cautivarnos con tu incomparable belleza, también por darnos una lección de solidaridad, lucha y compromiso del que muchos deberíamos aprender.

sábado, 19 de marzo de 2011

Ser Positivo

El miedo, la duda, el pánico, la rabia, la culpabilidad, y la tristeza, fueron algunos de los sentimientos que me invadieron al recibir mi diagnóstico VIH+. Sentir que con 27 años perdía el control de mi vida, la posibilidad de llevar a cabo mis proyectos y de hacer realidad mis sueños se convirtió en una amenaza constante.

Siempre pensé que no habría un día peor en mi vida que el día en que me despedí para siempre de mi padre. Es difícil describir el doloroso sentimiento que supone decir adiós definitivamente a alguien que desde siempre ha formado parte de tu vida. Fue una trágica experiencia vivir en primera persona como el cáncer iba consumiendo poco la vida del hombre que me vio nacer.

Sin embargo, hace cinco meses me di cuenta de que sí podía haber un día peor a aquel. El día en que recibí la noticia que nadie espera, el día en que una fría llamada telefónica me confirmaba, tan sólo unas horas después de haberme realizado la prueba, que era VIH+.

Resulta casi imposible narrar el cúmulo de sensaciones que experimenté ese día y los siguientes; terror, pánico, tristeza, miedo, culpabilidad, … Era inevitable atormentarme con la idea de que mi vida tendría un fin cercano, y que nada podría hacer para evitarlo. El impacto que sufrí al recibir la noticia supuso un cambio por completo al sentido de todo aquello que me rodeaba. Mi escala de prioridades dio un vuelco radical. Lo que hasta ahora había considerado importante quedaba relegado a un lugar más que secundario.

Los días siguientes al recibir el diagnóstico me obsesioné con buscar información en Internet; tenía una necesidad infinita por saber. Pensaba que, en cierto modo, estar informado de la realidad actual del VIH aliviaría mi estado de ansiedad total. Con ello aprendí el arma de doble filo que supone estar informado; encontrar información de dudosa fiabilidad, casos extremos de personas con SIDA o información muy desfasada, sólo sirvieron para acrecentar mi alarma y potenciar mis miedos.

Por otro lado, sí encontré en Internet información fiable; páginas web dedicadas específicamente al VIH y SIDA, consejos, artículos de médicos expertos en el virus, foros para seropositivos que daban respuestas a las dudas y preguntas comunes de todos aquellos que comienza a vivir con VIH.

Poco a poco comencé a familiarizarme con términos hasta ahora desconocidos para mí: carga viral, adherencia, TARGA, infecciones oportunistas, … Me hice un experto en una jerga que nunca pensé que fuese a formar parte de mi vida. En cierto modo, conocer todos aquellos conceptos me sirvió para ganar algo de seguridad, o al menos, la que en un principio necesitaba para seguir adelante e intentar mantenerme fuerte.

No fue hasta mi primera visita al doctor cuando conseguí empezar a relajarme. Una pequeña luz de esperanza se abrió ante mis ojos, que tantas lágrimas habían derramado los días anteriores. Su excelente trato profesional conmigo y su manera de mostrarme de una forma tan natural lo que me estaba ocurriendo, consiguió tranquilizarme. Su clara explicación sobre como el VIH actúa sobre el sistema inmunológico y los múltiples tratamientos disponibles que en la actualidad se ofrecen a los pacientes, me ofrecieron la primera dosis de optimismo que tan urgentemente necesitaba para hacer frente a mi nueva realidad.

A las semanas siguientes y tras los primeros análisis de sangre, los datos de mi carga viral y mi recuento de cédulas CD4 evidenciaban que pronto necesitaría iniciar el tratamiento. Decidí comenzarlo cuanto antes, por supuesto, siguiendo las indicaciones de mi médico. Me armé de fuerza y valor para enfrentarme a ese siguiente paso, con todo lo que ello suponía: desde ahora tomaría como mínimo una pastilla diaria por un tiempo indefinido, y posiblemente padecería alguno de los efectos secundarios de los fármacos.

Afortunadamente salvo los primeros días en los que experimenté una sensación de mareo, algo de nauseas y algunos sarpullidos, me “adherí” al tratamiento, - siguiendo la jerga del VIH - perfectamente. Mi principal temor se basaba en poder olvidar la toma diaria de mis dos pastillas. Sin embargo, recordarlo a diario sin llegar a obsesionarme por ello, no fue una tarea difícil, y poco a poco comenzó a convertirse en un hábito rutinario, monótono y mecánico más de mi día a día.

Con el paso del tiempo sentí como la situación se normalizaba poco a poco. Comencé a sentirme anímicamente bien, y a cuidarme a mí mismo más que nunca. Me fue de gran ayuda seguir mi vida como antes, sin a penas diferencias, más que tomar a diario los medicamentos y acudir a las consultas habituales.

Inconscientemente comencé un proceso de aceptación, y un día decidí dejar de declararme culpable por un delito que nunca había cometido. Empecé a entender que no tenía sentido negarme placeres con los que antes disfrutaba, entre ellos, el sexo, que a priori había rechazado como si fuese algo que no mereciese. Decidí que seguiría disfrutando de ello, con la responsabilidad que eso supone para un seropositivo.

El apoyo constante de mi pareja en todo el proceso de asimilación de mi “nueva vida” fue un factor primordial para seguir adelante. Sentir de cerca su apoyo fue una de los motores que me impulsaron a seguir adelante. Me fue de gran ayuda saber que seguía sintiéndome amado, deseado y comprendido por él.

De algún modo deje también de sentirme culpable por haber decidido desde el principio no revelar mi nuevo estado, salvo a mi pareja y una amiga íntima. Considero que es algo que forma parte de mi privacidad y que tengo el pleno derecho de decidir si contarlo o no, y también a quien.

Aunque suene duro, sé que si dijese que tuviese cáncer recibiría el apoyo y la compresión de todo el mundo, pero aún hoy en día decir abiertamente “soy seropositivo” me podría generar más inconvenientes que ventajas. Aunque afortunadamente la medicina ha avanzado a pasos agigantados en el tratamiento de esta enfermedad, el estigma y los prejuicios sociales generados en torno al VIH siguen siendo una realidad, que hoy por hoy se presenta difícil de cambiar.

Hoy puedo decir con voz firme y cabeza alta que me considero una persona feliz a pesar de ser seropositivo. Valoro cada día de mi vida e intento aprovecharlo al máximo. Me cuido, me mimo, me respeto y me quiero más que nunca. Como lo hacía antes, intento hacer felices a los que me rodean. Aunque he llorado mucho, y posiblemente lo siga haciendo alguna que otra vez, no he dejado de sonreír. Sé que tengo mucha vida por delante, un largo camino por recorrer, y que no voy a perder mi presente pensando en si tuve mala suerte o en que soy una víctima por tener que vivir con ello. Pensar más o menos en ello no soluciona el problema. De alguna forma he aprendido a no preocuparme por aquello que no ha ocurrido, y que ni siquiera sé si ocurrirá. “No es el partido, sino como lo juegas.”

Desde mi experiencia, la solución hoy en día se basa en aprender a aceptarlo; asumir que, hasta que la medicina no nos sorprenda con la gran noticia, viviré el resto de mi vida con un compañero que habita dentro de mí, vino sin pedir permiso, sin ser invitado, y mucho menos deseado.

Al fin y al cabo, como en las relaciones de pareja, y hasta que no podamos expulsarlo por completo, la cuestión es aprender a convivir con él, y mientras tanto intentar ser feliz, y sonreír a la vida.


(Artículo Publicado en AXV Magazine en mayo de 2009)

miércoles, 2 de marzo de 2011

Bajo la máscara

Es Carnaval. Durante estos días las calles de medio mundo se llenan de máscaras, pelucas y disfraces en un desfile de música, brillo y explosión de color. Desde el lujo del Carnaval en Venecia hasta el desenfreno de los ritmos brasileños en Río de Janeiro, el Carnaval es sinónimo de fiesta, diversión y alegría de multitudes que una vez al año se disfrazan para convertirse en alguien diferente, en lo que no somos el resto del año o quizás en aquello que nos gustaría ser.

Ocultarse bajo una máscara sin identidad, sin nombre ni apellidos y encarnarse en un ser nuevo que no tiene pasado ni futuro, tan sólo el momento presente, el “aquí” y “ahora” de un personaje reinventado, vacío de historia; he ahí la magia del Carnaval, olvidarnos por un momento de lo bueno y lo malo de ser quien somos.

Me pregunto si algunos nos ocultamos durante el resto del año tras una máscara que disimula una mirada de secretos inconfesables y de misterios ocultos; un disfraz con el que nos sentimos bien, que nos permite vivir cómodamente, en el que confiamos y con el que ganamos seguridad; una medio mentira o una verdad a medias, que ayuda pero no hace daño, que alivia el dolor y devuelve esperanza.

Porque en el interior de un disfraz o en el rostro que se oculta bajo una máscara siempre hay una historia que no se cuenta, que se pierde entre el fulgor de la fiesta donde lo importante no es la persona sino el personaje.

Por eso, porque en Carnaval está permitido, olvidémonos por una noche de ser quien somos, convirtámonos en superhéroe, en personaje de cuento de hadas o en cisne negro. Seamos por una noche algo que nunca hemos sido, que quizás nunca seremos pero que una vez al año y juntos podemos jugar a serlo. ¡Feliz Carnaval!