
Madrid, España, Europa y el mundo entero se vestía de luto, de lazos negros, de indignación, rabia e impotencia ante las imágenes retransmitidas en los informativos; un dolor compartido ante una masacre injusta, en la que todos nos sentimos parte de todos aquellos desconocidos que viajaban en alguno de los trenes.
Alberto se preparaba en la Universidad Autónoma madrileña, donde hacía prácticas en Air Europa. Hacia allí se dirigía el jueves 11 de marzo de 2004 cuando tomó un tren en Parla, Madrid. Javier era alto, atractivo, carismático, divertido, deportista, simultaneaba el último año de Informática de Gestión y Sistemas con el trabajo de programador en el Palacio Real, hacia donde se dirigía el 11-M. María Pilar era una gran aficionada a la lectura, el 11 de marzo de 2004 tomó un tren en Alcalá de Henares con destino a Madrid. Las explosiones debieron sorprenderla devorando las páginas de alguno de sus libros, y la novela que estaba escribiendo quedará siempre a medias porque los terroristas escribieron por ella un final dramático.
Son sólo tres de las cientos de historias reales de aquellos que un día se detuvieron en la parada de un tren sin querer bajarse, y sin llegar nunca a su destino. No estaban ni en el momento ni el lugar equivocado; simplemente estaban VIVIENDO.
Para ellos no hubo segundas oportunidades; ni consultas, ni análisis, ni tratamientos, ni siquiera pudieron contar su tragedia a los suyos, verlos por última vez, y despedirse. 192 corazones dejaron de latir ese 11 de marzo, y quizás, 6 años después sea un buen día para dejar de mirarse el ombligo, levantar la vista y mirar el cielo por todos aquellos que un día dejaron de verlo para vivir en él.