Fingir que el 6 de noviembre es una fecha más del calendario sería un acto de cobardía por mi parte. Me costaría más esfuerzo mostrar una indiferencia aparente, que aceptar la realidad de que ha transcurrido un año desde que hice, contra mi voluntad, un pacto con un nuevo modo de vida.
Se podría decir que es una sensación similar a la de celebrar dos cumpleaños sin que hayan transcurrido 365 días entre uno y otro; dos fechas marcadas en rojo en mi calendario de vida; uno en el que celebro los años cumplidos, y otro en el que celebro cumplirlos.
Un año, 365 días viviendo con un intruso que aunque nunca vea, sí me habla; más que un diálogo, es un monólogo en el que me recuerda que aunque sea clínicamente “indetectable”, su presencia sigue estando latente como el primer día, a pesar de que posiblemente viva más en mi mente que en mi cuerpo, y que seguro se recrea más en mi conciencia que en mi sangre.
Aunque hubiese preferido no tenerlo como maestro, tengo que agradecerle lo mucho que me ha enseñado durante este año juntos; a retomar las riendas de mi vida, a sacar fuerzas de donde no creía tenerlas, y a vivir el presente como lo que es: “un regalo”.
Y algo, imagino que debe haber aprendido él de mí, o al menos una lección de humildad debe haberse llevado al comprobar que una vez digerido el impacto, mi vida no ha girado en torno a él; que sigo riéndome, sorprendiéndome, y emocionándome, quizás incluso con más intensidad que hace un año. Que me siento más fuerte y vital que nunca, y que afortunadamente, me sigue entreteniendo la “telebasura”, sigo siendo un gruñón al volante, y un presumido insoportable.
Y es que resulta muy fácil sonreír cuando de repente una orquídea aparece por sorpresa en tu despacho, y una pulsera de Tiffany´s viaja desde la Quinta Avenida de NY hasta tu muñeca. ¡No es magia! ¡Es mucho más! Ni más ni menos que un detalle de AMISTAD, y AMOR después de un año +.
Se podría decir que es una sensación similar a la de celebrar dos cumpleaños sin que hayan transcurrido 365 días entre uno y otro; dos fechas marcadas en rojo en mi calendario de vida; uno en el que celebro los años cumplidos, y otro en el que celebro cumplirlos.
Un año, 365 días viviendo con un intruso que aunque nunca vea, sí me habla; más que un diálogo, es un monólogo en el que me recuerda que aunque sea clínicamente “indetectable”, su presencia sigue estando latente como el primer día, a pesar de que posiblemente viva más en mi mente que en mi cuerpo, y que seguro se recrea más en mi conciencia que en mi sangre.
Aunque hubiese preferido no tenerlo como maestro, tengo que agradecerle lo mucho que me ha enseñado durante este año juntos; a retomar las riendas de mi vida, a sacar fuerzas de donde no creía tenerlas, y a vivir el presente como lo que es: “un regalo”.
Y algo, imagino que debe haber aprendido él de mí, o al menos una lección de humildad debe haberse llevado al comprobar que una vez digerido el impacto, mi vida no ha girado en torno a él; que sigo riéndome, sorprendiéndome, y emocionándome, quizás incluso con más intensidad que hace un año. Que me siento más fuerte y vital que nunca, y que afortunadamente, me sigue entreteniendo la “telebasura”, sigo siendo un gruñón al volante, y un presumido insoportable.
Y es que resulta muy fácil sonreír cuando de repente una orquídea aparece por sorpresa en tu despacho, y una pulsera de Tiffany´s viaja desde la Quinta Avenida de NY hasta tu muñeca. ¡No es magia! ¡Es mucho más! Ni más ni menos que un detalle de AMISTAD, y AMOR después de un año +.