miércoles, 6 de noviembre de 2013

IneVIHtable

Un día de otoño, un Golf color rojo, una llamada al móvil, una voz helada que confirma un resultado positivo y una amiga que me da su mano en un intento de encontrar consuelo cuando no lo hay… Y después: miedo, dudas, y más miedo, y muchas más dudas, y lágrimas, muchas lágrimas… Pero también: una playa, y ELLA y ÉL; que me acompañan, me abrazan, me calman, sin mucho que decir porque no hay palabras que valgan ni que suenen bien. Porque el dolor es fuerte, muy intenso, y oscuro, tan oscuro que no hay forma de ver más allá, y nada lo alivia en esa mañana del 6 de noviembre de 2008 que nos dejó sin sonrisas, sin tiempo y sin ganas.

Inevitable pensar hoy en ese día que de una forma u otra a todos nos cambió la vida, nos hizo diferentes en cierta manera; a ellos que me acompañaron en los primeros instantes y a los muy pocos a los que después hice participe de esta jugada caprichosa del destino. Y por supuesto, al protagonista involuntario de esta historia: YO, que fui el elegido por un azar cruel para interpretar un papel real de una obra que no termina nunca.

Con 28 años lo último que uno puede llegar a imaginar es que será diagnosticado de una enfermedad crónica que sin sentirse duele y que sin verse, a veces pesa; de la que mucho se conoce pero de la que apenas se habla, porque hablar de ello resulta incómodo, y porque el silencio es más llevadero, menos comprometido y requiere menos esfuerzo.
 
Si el VIH me cambió para mejor o peor es algo que nunca sabré, porque nunca viví otra realidad que ésta, la mía, y aunque nunca lo elegí no tuve más remedio que aceptarlo y dormir con el enemigo; dormir y despertar y en definitiva vivir con la inevitable sombra de su amenaza durante estos 5 años y los que quedan.

Nunca he sido partidario de hacer balances, al final es el camino recorrido lo que me ha llevado al momento en el que ahora me encuentro; soy el resultado de mis aciertos y mis errores. El pasado no puede cambiarse, y como lo máximo que podemos hacer con él es recordarlo, lo único que está en nuestras manos es intentar hacerlo con una sonrisa.
 
Tardamos días, semanas y meses, pero después de esa mañana del 6 de noviembre de 2008, fue inevitable volver poco a poco a sonreír, a creer en el AHORA y a construir un presente de buenos momentos que en el futuro será un bello recuerdo del pasado.

martes, 6 de noviembre de 2012

Por una buena causa

Un año es el tiempo que ha pasado desde el último post publicado en este blog. No puedo evitar, quizás con excesiva vanidad, pensar que durante todo este tiempo algunos de los que en alguna ocasión me leísteis se ha preguntado que fue de aquel chico que se dedicó a llenar de párrafos este blog que durante un año ha permanecido en “stand by”.

Reconozco que son muchas las ocasiones en las que he querido volver a este “Confesionario 2.0.”, pero también es cierto que cada intento se quedó en el camino por pensar que nada novedoso podía ya aportar a este diario al que aún le quedan muchas páginas en blanco por llenar.

Hoy sin embargo me levanté con una buena razón para volver. Tal día como hoy, un 6 de noviembre de 2008, recibía la noticia que unas semanas después daba sentido a este blog. Este espacio virtual que me ha permitido expresarme con libertad durante todo este tiempo y a través del cual he tenido la oportunidad de conocer otras muchas experiencias igual o más valiosas que la mía propia.
Hoy, que cumplo 4 años como seropositivo, me parece la mejor ocasión para contaros que mi estado de salud es tan bueno siempre. Cumplo con absoluto rigor mi tratamiento (Atripla) sin ningún tipo de efectos secundarios. Según mis últimos análisis mi carga viral es indetectable y mis Células CD4 se sitúan en 907.

En lo personal, algún cambio importante se ha producido. Por cuestiones profesionales, desde principios de este 2012, resido en la famosa Ciudad de la Luz; vivo en París acompañado por la persona que hace ya mucho tiempo representa mucho más que mi pareja. Él es mi compañero, mi amigo, mi amante, mi familia y esa persona que ha hecho fácil la compleja aventura de vivir en un país diferente y lleno de cosas nuevas por descubrir en esta  monumental ciudad inquieta, imprevisible y rebosante de ingenio, creatividad, arte y cultura.
Decir que hoy “he vuelto” supondría reconocer que alguna vez me fui de esta pequeña gran ventana que hace cuatro años abrí con este blog. Sentir un aire fresco y nuevo me ayudó a aceptar algo muy difícil de asumir, y que sólo se consigue con tiempo, esfuerzo y unas ganas infinitas de vivir. Las mismas ganas con las que ahora me enfrento al reto de seguir despertando vuestro interés en otros aspectos de mi vida, muchos más interesantes que el del VIH; un virus que afortunadamente pocas novedades me reporta pero que sigue siendo una buena causa para seguir con vosotros.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El partido debe continuar

Era previsible el resultado; los grandes siempre ganan por goleada, y más cuando se trata de un fenómeno mundial del baloncesto como lo es Magic Johnson. No son 10, ni 15 los puntos de diferencia, sino 17 más que yo los años que este mito de Los Lakers sigue jugando el partido de su vida con un equipo invencible: el del VIH.

Era el 7 de noviembre de 1991 cuando Magic Johnson conmocionaba al mundo del deporte comunicando en plena cúspide de su carrera su inmediata retirada del baloncesto tras declarar públicamente estar infectado por el VIH.

Tenía 32 años y muy pocos en aquel entonces hubiesen creído que 20 años después, la estrella de la NBA celebraría el vigésimo aniversario de su diagnóstico con perfecto estado de salud y un aspecto físico inmejorable.

17 años menos un día después al comunicado de Magic Johnson, yo recibía una llamada telefónica de la clínica confirmándome estar infectado por el VIH. Era un jueves, 6 de noviembre de 2008, el “día fatídico” en el que pensé que tendría los meses e incluso las semanas contadas.

El pasado domingo, se cumplían 3 años de aquel día en el que sentí que comenzaba la cuenta atrás. No hubo ninguna celebración especial; era más que suficiente el estar acompañado por las personas que más quiero; familia, amigos, y mi compañero de viaje; las mismas personas que ya estaban antes de que el VIH llamará a mi puerta, y que 3 años después continúan a mi lado de la misma forma.

Confieso que antes de saber que Johnson cumplía su vigésimo aniversario un día después de cumplir yo mi tercero, pensaba dedicar este post a esos 3 años de mi vida. Pero creo que sería un despropósito considerarme un ejemplo para nadie, y mucho menos comparado con el de Johnson, un ejemplo universal de 20 años de valentía, fuerza y optimismo, comparados con mis 3 en los que he intentado depositar buena dosis de lo mismo siguiendo el ejemplo de héroes como Magic Johnson o Jack Mackenroth.

Afirma el baloncestista que la detección precoz de su diagnóstico y la adherencia a la medicación han sido los dos factores que le han permitido disfrutar de dos décadas de buena salud, en uno inicios cuanto menos complicados en los que el VIH era sinónimo de muerte, y considerada hasta el momento una enfermedad que sólo afectaba a los gays.

Hoy, 20 años después para él y 3 para mí, jugamos en el mismo equipo, en diferente pista pero frente a un adversario común. Son muchas más las canastas que Johnson le ha conseguido colar al VIH, a mí todavía hoy en día me cuesta sumar puntos, pero aun así tomo impulso, corro, salto e intento encestar. A veces veo el aro demasiado alto y por más que salte no es suficiente, otras veces hasta cuelo algún doble.

De momento, aunque no sepamos cuando terminará este partido, me siento orgulloso y satisfecho porque tanto Magic Johnson como yo vamos ganando con diferencia a un duro rival. El tiempo nos dirá el resultado final. Ahora el partido debe continuar.

jueves, 20 de octubre de 2011

"Querido amigo",

Muchos podrán pensar que escribirte una carta es de locos y hasta puede resultar incomprensible. Sé que otros entenderán que tantas veces he pensado en ti desde que vives en mí, que por una vez puedo permitirme el lujo de dirigirme directamente a ti en segunda persona.

Podría dedicarte páginas enteras recreándome en reproches, en expresarte el miedo, la rabia y la impotencia que he sentido desde que llegaste; los diferentes estados de ánimo por los que he pasado desde que conocí tu existencia y el dolor que me has causado desde que nuestros destinos se cruzaron.

Pero hoy, en estos párrafos, y a unas semanas de celebrar nuestro segundo aniversario, no tengo la menor intención de manifestarte odio ni rencor; me siento ya muy lejos de la rabia de los primeros días contigo y muy cercano a la calma. No es que me haya resignado a vivir contigo, sino que te he aceptado como una parte de mí; de la misma forma que con la madurez se aceptan las arrugas que envejecen el rostro, o el ensanche de los cuerpos que un día fueron esbeltos y ligeros.

Te confieso que con tu llegada me sentí culpable y amenazado; fuiste mi juez, mi verdugo y mi cuenta atrás. Por un tiempo me robaste la calma, el control, las ilusiones y mi tiempo. Cambiaste mi sonrisa por lágrimas, mi dicha por tristeza, y mi vida por tu muerte. Te consideré mi enemigo, y hasta pensé que conseguirías apartarme de aquellos que me ayudaron a aceptarte y a mantenerte dormido. Creí que por ti tendría que renunciar a aquello de lo que había disfrutado antes de conocerte; del placer de amar y sentirse amado, del contacto de dos cuerpos que se desean con pasión y libertad, y de las miradas cómplices de dos amantes que se hablan en silencio.

Si te dijese que aceptarte no ha supuesto adaptar mi vida a tu existencia te estaría mintiendo. Tú mejor que nadie, conoce perfectamente los nervios que siento el día antes a una extracción de sangre, o la ansiedad que aún dos años después, me generan las visitas a la farmacia del hospital o la espera en la consulta del médico antes de conocer los resultados del último análisis. Me siento sano, saludable y fuerte, y por eso aún me siento extraño en el pasillo de un hospital a la espera de que un médico me confirme que sigues dormido dentro de mí, que te tengo tan controlado que he reducido tu presencia a la mínima expresión, a lo que clínicamente llaman “indetectable”.

Y así te siento en mi interior, “dormido”. Ni siquiera leyendo esta carta que te dedico me atrevo a levantar demasiado la voz por miedo a despertarte. Espero que aunque seas inmortal, tu sueño sea eterno, porque gracias a él, rehago mi vida con total normalidad. Y para que sigas viviendo en los brazos de Morfeo, hago todos lo posible por no olvidar cada noche la dosis que para ti es tu anestesia, y para mí, mi calma y mi bienestar.

Posiblemente tienes más vida en mi mente que en mi cuerpo. En mi sangre te has convertido en algo tan insignificante que hasta mi sistema inmunológico sigue intacto y más fortalecido que nunca. Pero de mi cabeza, “querido amigo”, y por más que me empeñe, no consigo liberarte al cien por cien. Con cada pequeño problema que nada tiene que ver contigo; vuelves a aparecer, te magnificas, te creces como una sombra amenazante que me aleja de la luz, y te añades a mi lista de preocupaciones. La mente humana es así de inoportuna y caprichosa, y es en los momentos de tristeza, angustia o desolación, cuando vuelves a asomar la cabeza para recordarme que sigues ahí, que no te has ido y que no tienes la mínima intención de abandonarme.

Quizás, darte las gracias suena aún mucho más disparatados que dedicarte estos párrafos, pero es cierto que aunque llegaste a mí como esa “pesadilla antes de Navidad”, hay varias cosas que he de agradecerte.

Te doy las gracias por haberme fortalecido lejos de debilitarme. Te confieso que al principio pensé que sería una batalla perdida, que jugaba a una partida con un adversario letal. No sé cómo ni de dónde, pero finalmente reuní la fuerza, el valor y el coraje necesario con el que desafiarte. No fue fácil, y aún a veces hay instantes en los que siento que me superas, pero amo tanto la vida, lo que soy y lo que tengo, que no permitiré que el miedo me paralice para dejarte conquistar el terreno que tanto ansías.

Gracias también por enseñarme a distinguir lo vital de lo importante, a relativizar los problemas. Estoy aprendiendo a vivir sin prisas, a disfrutar de este viaje, del paisaje y del camino, de esos pequeños placeres como el atardecer en una playa o la caricia amable de una brisa de verano.

Supongo que debes sentirme cómodo y muy a gusto ahí adentro. Tanto es así que te dormiste y no has vuelto a despertar, y sólo eso te pido antes de despedirme. Haré lo posible por garantizarte el mayor descanso con el que nunca hayas soñado; un sueño plácido, largo, dulce, e imperturbable, porque no olvides “querido amigo”, que tu sueño es mi vida, y que mientras tú duermes, mis mañanas despiertan.

Dulces sueños, con cariño,


(Artículo Publicado en AXV Magazine en septiembre de 2010)