viernes, 5 de febrero de 2010

Con Matrícula de Honor

Recuerdo los nervios que sentía en la universidad cuando al finalizar la época de exámenes consultaba el campus virtual para saber las notas; sentía un hormigueo en el estomago los instantes antes de saber los resultados, y suspiraba aliviado al saber que había aprobado. Cuando las notas superaban el notable, añadía a mi gesto una alegre sonrisa como signo de satisfacción.

Una sensación parecida es la que experimento cada seis meses cuando me siento frente a mi médico y espero ansioso los resultados de los últimos análisis. Mientras repasa mi historial, fijo mi mirada en él, como si por la expresión de su cara pudiese anticiparme a sus palabras; los nervios aceleran mi corazón y mi respiración se vuelve agitada.

Son los hechos que sucedieron el pasado miércoles cuando acompañado por mi mejor amigo acudí a la consulta de rutina y recibí la mejor de las noticias desde el comienzo de este 2010: mi carga viral continúa indetectable y mis CD4 en 830, lo que supone justo el doble desde los primeros resultados en noviembre de 2008, y un aumento del 60% con respecto a los anteriores resultados de julio de 2009.

“¡Te puedes ir muy contento!”, fueron las palabras de mi médico después de felicitarme, no sólo por conservar mis defensas, sino por elevarlas a unos niveles equivalentes a los de una persona completamente sana.

Mientras abandonaba la consulta recordé a ese joven para el que años atrás obtener unas buenas calificaciones era su principal prioridad. Y aunque alguna Matrícula de Honor obtuve a lo largo de la carrera, no sentí con ninguna de ellas la mitad de la satisfacción que experimenté el pasado miércoles por haber aprobado con nota un examen vital.

Pensé la importancia que le hubiese dado a los exámenes de la carrera si en aquellos años de universidad hubiese tenido que hacer frente al VIH, y hasta qué punto me hubiese preocupado obtener un simple aprobado, o un notable. Es sorprendente como cambian las prioridades cuando tu salud es tu principal preocupación.

Cambian tanto que ese mismo miércoles me reí del comentario de la masajista, cuando después de “amasar” cada rincón de mi cuerpo durante una hora, me dijo que estaba genial, pero que le gustaría que tuviese los glúteos un poco más tonificados. Sonreí y pensé en lo poco que realmente me importa no tener el trasero de Ronaldo, después de saber que mis defensas han aprobado un examen con matrícula de honor.